En prisión por haber asesinado a sus padres, sus hermanos y una tía en San Andrés de Giles, cumplía prisión en La Plata. El miércoles dejó el penal para ir a la Universidad y no regresó más.
Luis Fernando Iribarren, “El Carnicero de Giles”, gozaba del beneficio de salidas transitorias para estudiar en La Plata pero ayer no regresó a la cárcel y creen que se fugó. Iribarren estaba alojado en la Unidad 26 de Lisandro Olmos pero con el aval judicial salió del penal para asistir a una facultad de la Universidad de La Plata, según informa diario El Día.
La historia de Luis Iribarren se conoció en 1995 y conmocionó al país. “Mi familia se fue a vivir a Paraguay”, repetía Iribarren, quien aseguraba ante los vecinos que las deudas lo habían complicado todo. Hasta 1995 no hubo noticias de su padre Luis Juan (49); su mamá, la maestra Marta Langevin (42), y sus hermanos, Marcelo (15) y María Cecilia (9). Fue ese año cuando apareció el cuerpo enterrado de Alcira (59), tía de Luis Fernando y hermana de su papá, que se conoció la verdad de una historia macabra.
Luis Fernando Iribarren la había matado. Él lo confesó. Pero también hizo un relato escalofriante de lo sucedido una década atrás: había asesinado a toda su familia. No estaban en Paraguay escapando de un prestamista que los perseguía, sino enterrados en una fosa común, a metros de un chiquero, en una casa de campo que tenían en la zona rural de Tuyutí, a veinte kilómetros de la ciudad. “El Carnicero de San Andrés de Giles”, como lo bautizaron a nivel local, llegó rápidamente a las primeras planas del país y hasta Los Fabulosos Cadillacs le dedicaron un tema.
El inicio del final
Los vecinos de Alcira Iribarren, una jubilada de 65 años que vivía en la casa de la calle Cámpora en Giles, estaban preocupados. Hacía varios días que no la veían y solo tenían contacto con su sobrino. “Está muy enferma y la llevé a un hospital de Buenos Aires”, dijo primero. “Falleció, no pudo con el cáncer”, agregó poco tiempo después. A nadie le cerraba y un llamado telefónico el 31 de agosto de 1995 a la comisaría fue el inicio del final para uno de los mayores asesinos múltiples de la historia del país.
Cuando la Policía ingresó a la vivienda, el olor ya anticipaba lo peor. Alcira estaba muerta, pero no por una enfermedad sino por dos hachazos que le partieron el cráneo. Habían excavado un pozo en el patio recientemente y el cuerpo estaba tapado con una sábana. Ante el comisario, Iribarren confesó. Hizo referencia a la supuesta enfermedad de su tía y contó: “Quería ayudarla a terminar con su sufrimiento y procedí a asfixiarla, pero como no pude busqué otra forma. Recorrí la casa y encontré el hacha. Le pegué dos golpes en la cabeza”.
Sin embargo, en medio de la declaración, quien durante varios meses siguió cobrando la jubilación de docente de su tía, lanzó una frase que no pasó desapercibida. “No tuve el coraje de dispararle a mi tía con el arma porque me acordé de lo que les había hecho a mis padres y a mis hermanos, y no soportaría hacerlo de nuevo”, aseguró.
Viaje en el tiempo
Iribarren era un mitómano. Sus contradicciones hicieron que los investigadores pusieran en duda sus relatos más de una vez, inclusive que había matado años atrás a parte de su familia. Pensaron que era una estrategia para ser declarado inimputable por el crimen de su tía. No obstante, luego de tres meses de búsqueda en el campo, integrantes del Servicio Especial de Investigaciones Técnicas (SEIT) de la Policía hallaron los cuatro cadáveres en una fosa común donde antes existía un chiquero. Corría el 15 de noviembre de 1995.
Ante el juez de instrucción, Iribarren no tuvo reparos y contó que los mató porque “les tenía bronca”. Tiempo después en el juicio, casi no habló y solo se limitó a tomar notas. Pero en su momento, recordó la trágica noche de Tuyutí. A la madrugada y tras mirar la lluvia durante horas, ingresó a la vivienda y fue directo a buscar una carabina calibre 22 que utilizaban para cazar vizcachas.
Primero fue a la habitación donde dormían sus padres y la hermana menor: los mató a tiros y golpes. Dijo que disparó con los ojos cerrados. Salió otra vez al patio, fumó, entró a la habitación donde estaba su hermano de 15 años y le disparó dos veces. “Me senté en la cama, le cerré los ojos y le dije: ‘Negro, ¿por qué te hice esto si yo te quería?’”, contó fríamente.
“Omnipotente, narcisista y paranoide”. Así lo definieron ocho peritos psicológicos y psiquiátricos en el juicio que lo condenó en agosto de 2002. La Sala III de la Cámara de Mercedes lo sentenció a la pena de reclusión perpetua más la accesoria de encierro por tiempo indeterminado, por los cinco crímenes.