Todo el mundo que iba a la costa pasaba por la fábrica para recibir yogurt y dulce de leche. Pero al filo del siglo XXI fue vendida a Parmalat y en poco tiempo tuvo que cerrar. El pueblo se convirtió en una sombra.
Salir hacia Mar del Plata, tomar la Ruta 2, antes de Chascomús doblar hacia la derecha, recibir muestras de yogurt y dulce de leche, volver, tomar agua mineral gratis, seguir hacia la Costa Atlántica. Esta secuencia está grabada en la memoria de mucha gente y se repitió durante décadas mientras existió en el pueblo de Gándara la empresa lechera homónima. Pero veinte años atrás la firma, que en su momento cumbre procesaba 600.000 litros de leche por día, cerró y la localidad comenzó a afantasmarse. Así, Gándara se ha transformado en una “población rural dispersa” en la que viven en la zona unas 50 personas. El convento, los locales, la planta láctea: todo está abandonado. Solo recorren el pueblo turistas atraídos por el espectáculo singular de las calles solitarias. ¿Qué pasó para que una localidad tan próspera terminara en la penumbra?
La historia de Gándara, como tantos lugares en Argentina, comenzó dos veces. La primera ocurrió allá por principios del siglo XIX. El pueblo se ubica en tierras que pertenecían a Leonardo Domingo de la Gándara y Soto (1785-1856), que combatió en las invasiones inglesas y participó de la Revolución de Mayo.
De la Gándara compró las tierras en 1823. En 1839 fue parte del levantamiento de hacendados bonaerenses contra Juan Manuel de Rosas, conocida como la “Revolución del Sur”. El movimiento fracasó y el terrateniente marchó al exilio en Montevideo. Regresó en 1844 y se dedicó a tareas rurales. Luego de la batalla de Caseros y la caída de Rosas fue nombrado juez de paz de Chascomús y falleció en 1856.
Antes de su muerte, De la Gándara transmitió los lotes a sus hijos para la creación de la estación de tren -inaugurada en 1865-, la escuela, un monasterio, almacenes y pulperías.
En 1896 nació la Sociedad Anónima Unión Gandarense, fundada por un grupo de tamberos y que funcionaba con un estatuto de cooperativa “con la obligación de los socios de vender a la misma la leche de sus tambos, entregándole diariamente en la fábrica, una o dos veces al día, según la estación”.
Explosión
La empresa funcionó mucho tiempo con ese estatus de cooperativa hasta que llegó 1963 y Gándara volvió a nacer. Porque ese año Juan Carlos Rodríguez compró la firma y trajo la modernidad al pueblo ubicado a 20 kilómetros de Chascomús. Rodríguez fue para muchos un hombre extraordinario, un adelantado para la época y una persona que hacía sentir a todos sus empleados como su propia familia.
Bajo la tutela de Rodríguez y sus equipos la fábrica aumentó exponencialmente su producción. Se procesaban 600.000 litros de leche diarios en sus plantas de Gándara y Lezama, tanto para consumo interno como para exportación. La penetración en los hogares era asombrosa: de cada cuatro kilos de dulce de leche que se consumían en Argentina en desayunos, meriendas, tortas de cumpleaños y tostadas, un kilo había salido de Gándara.
La empresa, bajo el ala del Grupo Lactona, fundado por Rodríguez, llegó a tener 500 operarios. Era la tercera marca láctea del país, después de La Serenísima y Sancor. Entre sus adelantos y récords, en 1981 introdujo el primer yogur descremado de mercado, en 1984 lanzó Yogurbelt, de bajas calorías, y en 1986 sacó al mercado el primer yogur de litro. Y ya en los ‘90 surgieron el yogur bebible, el helado y el dulce de leche dietético. Sus productos eran exportados a Estados Unidos, Italia, Arabia, Israel, México y Brasil.
Todo esto era acompañado de recordadas campañas en televisión realizadas con dibujos animados. Pero la mejor publicidad la llevaban a cabo las interminables filas de automovilistas que de paso hacia la costa se llevaban muestras de yogurt y dulce de leche.
Caída
Juan Carlos Rodríguez manejó las riendas de la hasta el momento de su muerte, en 1989. Sus herederos se hicieron cargo por un tiempo del negocio hasta que en 1998 se concretó la venta a la firma italiana Parmalat. En ese momento, Lactona facturaba US$ 150 millones anuales: una verdadera mina de oro para una empresa focalizada en un pueblo.
Pero cinco años después, por un fraude financiero internacional, Parmalat entró en quiebra en todo el mundo. Gándara quedó en manos del empresario Sergio Taselli, quien la compró a través de la Compañía Láctea del Sur, a solo un euro, y con una deuda de 200 millones de pesos. Una semana después presentó convocatoria de acreedores. La quiebra de la compañía fundada en 1896 como la Sociedad Anónima Unión Gandarense ocurrió en 2008.
Soledad
Con el cese de la producción de la fábrica y su cierre en 2003, el pueblo comenzó a perder su gente y los negocios fueron cerrando sus puertas. Y en este momento apenas se mantienen con movimiento la estación de trenes -donde para el servicio entre Alejandro Korn y Chascomús-, la escuela N° 21 “25 de mayo” y algunas viviendas.
No hay mercados ni almacenes, ni un lugar donde parar a comer. Pero Gándara se convirtió en un centro de atención de amantes de lugares abandonados y ciclistas que se dan una vuelta de camino a Chascomús.
Los visitantes llegan para admirar, además de la soledad, el convento San José, donado por doña Manuela Nevares de Monasterio y construido en base a planos del reconocido arquitecto Alejandro Bustillo. Se inauguró el 21 de abril de 1940. Funcionó como seminario menor, filosofado, noviciado y teologado. En 1954 se dejaron de llevar a cabo actividades religiosas y cerró sus puertas definitivamente el 17 de abril de 1974.
Mientras que la capilla Nuestra Señora del Rosario, otro proyecto de Bustillo, se inauguró el 26 de septiembre de 1938 y dos años después se anexó al seminario.
En tanto, la firma Inversiones para el Agro (Ipasa) relanzó algunos de los productos de la empresa Gándara y los producen en una planta de Pilar. La gente del pueblo que llegó probarlos asegura que “no son lo mismo”.
¿Volverá Gándara a brillar? La respuesta a esta pregunta es un enigma; mientras tanto, los turistas fotografían las calles vacías al tiempo que imaginan oír, entre el eco de sus pasos, el bullicio de un pueblo que supo llenar de leche, dulces y quesos la mesa de los argentinos.