Pedro Meier es el único habitante de un pueblo de Coronel Suárez, acostumbrado a la soledad, contó cómo fue vivir el pase a la Final de la Selección, con la única compañía de sus perros.
“Como siempre fue algo normal para mí. Solo, en la cocina mirando el partido”, relató al portal “Viajando por los pueblos de Buenos Aires”. Y entre risas comentó que no estaba tan solo para festejar los tantos de la Scalonetta, “lo más gracioso que cuando gritaba los goles, los perros ladraban sin entender qué pasaba”.
“Terminó el partido y salí a la calle y todo seguía igual acá, salvo algún baqueano que pasaba en su chata cada una hora”, contó el hombre que hace más de 50 años que llegó con su familia a Quiñihual.
Todos los días, Pedro se levanta a abrir el boliche que tiene 130 años de antigüedad, y por el que todos los días circulan puesteros y gauchos. “Mi misión es la de abrir y estar acá cuando lleguen, es muy importante que encuentren al almacén abierto”.
Como tantos pueblos del interior de la provincia, tras el cierre de ramales, van quedando en el olvido. Quiñihual contaba con tres trenes de carga y dos de pasajeros que paraban en la estación, enfrente del almacén de Pedro.
“En aquellos años había muchos lanares y eso generaba mucha mano de obra. Coronel Pringles, a 30 kilómetros, era la capital de la lana", recuerda sobre la actividad económica del pueblo y agrega que "también se movía mucho la hacienda. Los primeros años se cargaba la hacienda en el tren, ovejas y vacas. Después llegó el camión y de a poco se fue desarmando todo”.
El pueblo que llegó a tener 700 habitantes, también tenía un club, una escuela y muchos otros comercios. Ahora, el vecino más próximo del lugareño, está a 5 km de su casa.
Ahora no hay electricidad en Quinihual, pero Pedro tiene un generador y se las arregló para ver el partido de la Selección y festejar a solas, entre los ladridos de los perros y los gritos del relator en la pantalla.
Fuente: La Noticia1.Com