La muerte es el inexorable destino de todo ser. Una realidad desconocida a la que cada una de las civilizaciones se ha enfrentado inventando formas felices, tristes o indiferentes de coronar sus vidas. A nosotros, los occidentales, nos toca la tristeza y el dolor más profundo cuanto más cerca estaba a nuestros afectos la persona que haya partido. Luego suele devenir la resignación, esa que algunos encuentran antes que otros. Vivo en Occidente y no logro evitar el sufrimiento que genera una muerte, pero hace mucho tiempo que me pregunto si como sociedad no nos vamos anestesiando. Nos cuidamos poco, y mal.
Es cierto que no existe el "dolorómetro" para medir cuánto nos afecta la muerte de nuestros padres, de unos amigos o vecinos; pero les aseguro que si bien todas duelen, superar el fallecimiento de un hijo, debe estar entre las pruebas más dolorosas de soportar, por un ser humano. Ayer, cuando me enteraba de la muerte de Bruno, después del accidente en una esquina de nuestra ciudad, me invadió una profunda pena. Pero ese sentimiento ya lo conozco. Me visitó muchas veces. Y pensaba en Silvana, su mamá; y en su papá y sus hermanos...
¿Por qué no nos cuidamos? Y no hablo de Bruno, ni de sus padres ni de tantos otros chicos que encuentran la muerte en un cruce de calles. Hablo de todos nosotros como Sociedad. Nos acostumbramos a considerar que salir a la calle conlleva un alto riesgo de vida como si fuera el precio a pagar, por haber "evolucionado". Algunos dicen "hay muchos autos"; otros aseguran "el problema son las motos", pero yo estoy convencido que los que nos desensibilizamos somos todos. Perdimos la sensibilidad social, y nos acongojamos un par de días, y luego todo sigue igual. Los vecinos, la policía, los políticos, todos seguimos nuestra vida y en poco tiempo olvidaremos ese dolor que solo un padre o una madre de un pequeño como Bruno, podrían contarnos cualquier día, porque ese dolor, jamás los abandonará.
Como seres humanos pensantes, normalmente reaccionamos a lo que nos daña para evitar que vuelva a hacerlo. Si nos quemamos con una olla caliente, la próxima vez seguramente usaremos un guante especial o un repasador, porque mantenemos vivo el recuerdo de lo que nos dolió, ardió, lastimó o hizo daño de alguna forma. Si un perro nos muerde, seguramente mantendremos máxima precaución o trataremos de cruzar de vereda toda vez que nos encontremos con otro animal. Es casi como un reflejo, no? Ahora, con las muertes por accidentes... qué hacemos? Además de persignarnos, no mucho más.
Los que tienen ganas de destilar veneno dirán, "la culpa la tienen los pibes que andan en moto como locos". Pero normalmente los locos no andan en moto. Y los pibes andan como lo sienten, en busca de adrenalina, y en un país que se caracteriza por romper las reglas. Así aprenden, y pocas veces alguien los reprende. Pero atención que los automovilistas tampoco aprueban, al menos en la mayoría de los casos. Cuántos saben y cumplen con lo de no exceder los 40 Km./h en las calles de la ciudad? Cuántos usan el cinturón de seguridad? Cuántos apagan el celular para no distraerse cuando conducen? Creo que los dedos de muy poquitas manos alcanzan para contarlos. Y las autoridades? Ellos hacen "campañas", que a priori saben son de poca utilidad, pero sirven para "mostrar" que algo hacen.
Volvamos al ejemplo de "me hace mal, me cuido para no volver a sufrir". ¿No podemos actuar en consecuencia para que las madres que llevan a sus chicos en moto -porque no tienen otro medio- a la escuela no terminen revolcadas por la calle? ¿No podemos evitar tantos choques de motos contra autos, motos contra camiones y motos contra motos? Sí, seguro que sí! Solo debemos volver a sensibilizarnos y comprometernos. Solo debemos exigir, y ayudar a nuestras autoridades a ponernos objetivos e intentar lograrlos.
Primero debemos conocer las cifras de accidentados y muertos en accidentes de tránsito. De esa manera podremos poner un objetivo pequeño, que podamos cumplir y nos incentive a ir por más.
Segundo, debemos ayudar a nuestras autoridades a pensar un "Plan global" de tránsito, superador al de la "caza de motos con escape libre". Las sociedades maduras han luchado contra enemigos mucho más grandes, y unidas han vencido. ¿Cómo no vamos a poder mejorar nuestro tránsito? Cartelería adecuada, control estricto por parte de agentes de tránsito, Jueces de faltas comprometidos con el bien común, exámenes de manejo "a conciencia" (y no "dando una mano" a quienes no estudiaron el reglamento); maestros y profesores decididos a difundir la prevención en cada clase desde el primer grado hasta el último año de la secundaria... Seguramente habrá muchas ideas más. Opinemos, debatamos y acordemos. Eso sí, cuando lleguemos al acuerdo, todos unidos detrás de ese plan o proyecto. Todos!!!
Tercero y quizás el más importante, el compromiso nuestro. Sí! el tuyo, el mío. En hacer de esto nuestro gran desafío. Hablar en casa, en el mercado, con nuestros hijos, sobrinos o nietos. Señalando a quienes pasan un semáforo en rojo o pasan por la derecha en lugar de la izquierda. La reprobación de la Sociedad no la tolera nadie. Debemos hacerle saber al ciclista, motociclista o peatón que no respeta un semáforo que no estamos de acuerdo. Toquemos nuestra bocina fuertemente; después de todo es una buena causa. Buscamos que no muera más nadie en un accidente de tránsito.
En nuestro país, en accidentes de tránsito mueren 12 personas cada 100.000 habitantes; pero en Suecia, solo mueren 3 por la misma causa. Entonces quiere decir que algo se puede hacer. Y si algo se puede hacer... por qué no lo hacemos? Tengo la plena seguridad que somos más los que tenemos esperanza que los detractores que dirán, "ya se probó todo".
Sr. Intendente, permítanos ayudarlo, ayúdenos a cambiar. No queremos más chicos muertos por accidentes.
Juan De la Vía – La Trocha Digital.