Sábado 25 de julio de 2015.
El pan es uno de los primeros productos que desaparece de la dieta cuando se deja el gluten.
Millones de personas alrededor del mundo están renunciando al gluten. El autor William Kremer es uno de ellos. Y tiene sus razones para haber dejado de comprar el pan y los pasteles tradicionales. Pero no está seguro de por qué lo hacen los demás, como escribe a continuación.
Esta es la manera en la que liberas tu vida del gluten. Primero, retiras el pan, la harina y los cereales de trigo del desayuno. Tiras frascos abiertos de mermelada y tarrinas de margarina por si tuviesen migas.
Millones de personas están haciendo todo esto y probablemente mucho más a medida que van convirtiendo sus cuerpos en zonas libres de gluten.
Alrededor de 70 millones de estadounidenses -el 29% de la población adulta- aseguran que están tratando de cortar el consumo de gluten, según la empresa de investigación de mercados NDP.
En Reino Unido, por ejemplo, el 60% de los adultos han comprado un producto sin gluten, de acuerdo a los datos de la encuestadora aYouGov, y un 10% de los hogares tienen algún miembro que piensa que el gluten es malo para la salud.
Dejar el gluten, ¿una moda?
Este punto de vista, según el cual el gluten no es sólo malo para celiacos como Sam sino para todo el mundo, es apoyado por una corriente de blogueros, nutricionistas que venden best sellers y famosos. Un informe de Mintel valora en casi US$9.000 millones el mercado estadounidense de productos sin gluten.
Un vistazo a las búsquedas en Internet en los últimos años sugiere que el aumento de interés en las dietas sin gluten tiene poco que ver con una creciente conciencia de la enfermedad celíaca, y mucho que ver con la popularidad de las dietas "paleo": el movimiento alimenticio que busca que la humanidad vuelva a la Edad de Piedra, al menos en cuanto a la dieta se refiere.
La existencia de la sensibilidad al gluten sigue en discusión, pero el doctor Alessio Fasano, director del Centro de Investigación Celíaca en Estados Unidos, es un firme creyente.
Microscopio
Comparación entre una muestra sana (izquierda) y la de un paciente de celiaquía.
En 1993, Fasano asumió como director de gastroenterología pediátrica en la Universidad de la Escuela de Medicina de Maryland. Era un joven médico procedente de Nápoles, Italia, donde había visto al menos 20 ó 30 niños a la semana con trastorno celíaco.
En Estados Unidos era otra historia. "Pasaban los días, las semanas, los meses, y no veía un solo caso de celiaquía. Ni uno", recuerda. Posteriormente averiguó que era una cuestión de mal diagnóstico.
Aunque sus colegas eran escépticos, puso en marcha un gran estudio epidemiológico con 13.000 personas que ayudó a cambiar las cifras: de una prevalencia calculada en una de cada 10.000 personas afectadas por la enfermedad, pasó a una de cada 133. Su clínica trata actualmente a más de 1.000 pacientes al año.
A diferencia de la alergia al trigo y la celiaquía, la sensibilidad al gluten no tiene una serie de biomarcadores conocidos, es decir, los médicos no pueden saber si un paciente la sufre con un examen (hay una prueba de sangre pero no aporta resultados precisos para muchos pacientes).
Así que sólo se puede diagnosticar eliminando otros trastornos y después probando una dieta sin gluten.
Aunque el gluten no tiene valor nutritivo en sí mismo, hacer un cambio radical en la dieta sin la supervisión de un especialista es una mala idea